Regálame una sonrisa…

Regálame una sonrisa…

… Y me voy contigo

Era jueves, mediodía y la primavera empezaba a iluminar las calles. Antía, que comía habitualmente en su oficina, se hizo con un improvisado sándwich y salió a la avenida persiguiendo el primer rayo de sol. Tras limpiar el polvo del banco en que se sentó, echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos, respiró muyyy hondo, sintió el calor en su cara, recargó energías… y se dispuso a desempaquetar su ligero sustento. En cada mordisco perdía su mirada a cualquier lado. Un nuevo mordisco y sus ojos se clavaban en un punto fijo, sin selección ni discriminación. Movía su pie derecho al compás de la música de sus nervios internos, pasando su ritmo de vez en cuando a su gemelo asimétrico, que parecía colaborar con su hermano para sumarle paciencia. Un bocado más, y haciendo maniobras para no manchar su móvil y mirar la hora, con la servilleta de papel aún en la mano, la mirada de Antía baja de una furgoneta acompañando a un joven con camiseta blanca. Ella le sigue visualmente, como el aburrimiento sigue al movimiento, y de repente el chico, desde la acera, que la ve abstraída y seria, le muestra su sonrisa más afable a modo de saludo y continúa su camino al edificio en obras, a tan solo unos metros. Cuando Antía quiso mirarse a sí misma, se encontró sonriendo ampliamente, de oreja a oreja.

Y volvió a su trabajo hipnotizada con la sonrisa puesta, su sándwich a medias… y un inconcebible interés por aquella persona que sin conocerla le había enlucido los ojos con el poder de su animado gesto.

¿Tenía ese ser un imán especial? ¿Era un ángel encargado de devolver la alegría a los ciudadanos de a pie?… Simplemente era una persona que:

  1. Se sentía a gusto consigo misma, estaba anímicamente bien, transmitía seguridad y hacía sentir seguros a los demás.
  2. Tenía sentido del humor, de manera que su gesto era natural y espontáneo.
  3. Era generoso y amable, pues quiso compartir su sonrisa con la otra persona que vio distraída…, pensó en ella y quiso hacerla feliz.
  4. Conocía el poder casi sobrenatural de una sonrisa. Sabía que era contagiosa y que como efecto dominó, iba a provocar en Antía otra. Sabía que le sacaría de su estado mental rápidamente, que le causaría un estímulo visual y emocional, y que le haría pensar en otra cosa.

 

Cuando alguien sonríe con sinceridad, aparte de expresarte alegría y satisfacción, te está mostrando que es tu cómplice, tu aliado…que puedes confiar en él. Te transmite empatía, amabilidad y seguridad.

De todos los gestos del lenguaje corporal, la sonrisa es el más favorecedor porque reduce las hormonas que causan estrés y aumenta aquellas que producen ánimo y placer: las famosas endorfinas –las mismas que generamos cuando estamos enamorados, o cuando nos comemos un plato exquisito o hacemos deporte-.

Una sonrisa hace que te sientas a gusto, que abras puertas, rompas barreras,  despliegues los canales de comunicación y generes confianza. Si hablamos a nivel profesional, además, te hace ser más competente y seguro. En general, ayuda a que en las primeras impresiones caigas bien y mejores tu percepción e imagen pública.

 

No es de extrañar que Antía, al final del día, intentara recordar el nombre de la carpintería de aluminio que se leía en la camiseta blanca y en la furgoneta para poder localizarle, recuperar esa imagen, o esa sensación que le hizo sentir tan bien y le animó el día.

 

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