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Palabras y emociones

Palabras y emociones

Recuerdo un día en que yo viajaba en un autobús de Viladecans a Barcelona. Eran las 8:30 de la mañana y, como yo, otros pasajeros estaban en sus respectivos asientos (curioso que ese día no hubiera gente de pie, pero este es otro tema), algunos leyendo un libro, otros navegando con el móvil, y  la mayoría mirando por la ventanilla más cercana con la mirada
perdida, pensando en qué sé yo en lo que piensa cada uno. El viaje transcurrió así durante largo tiempo. En una de las paradas subió el conductor del nuevo turno. No mirábamos, quizá alguno sí, pero todos sabíamos que el autobusero que había estado conduciendo hasta el momento introducía las monedas en bolsas cuidadosamente, separándolas por su valor, cogía su cartera, guardaba la recaudación, y se incorporaba para dejar su asiento a su compañero.

Hasta aquí todo normal.

Lo sorprendente fue que este conductor, antes de bajar del autobús, mientras se aseguraba de tener bien acomodada su cartera cruzada de hombro a cadera, giró su cuerpo hacia los pasajeros, colocó sus pies ligeramente separados pero firmes al suelo, y mirándonos a todos, en voz alta, clara y decidida dijo: “Señores…”, en este momento todos abandonamos nuestros “quehaceres” para depositar la mirada en él,  “… aquí termina mi jornada laboral. Pasen ustedes un buen día”, y sonrió.

Al cabo de unos segundos se escucharon, aunque tímidamente, las primeras reacciones: “Gracias”. A ellas les siguieron otras de sorpresa: “¡Gracias!”. Y cuando ya todos por fin asumimos que nos había hablado a nosotros, y que, aun sin conocernos, nos estaba deseando un buen día, se creó un coro improvisado entre el que se entendía “Gracias, igualmente”. Y vimos cómo el conductor abandonaba el autobús.

Aparte de que consiguió despertarnos (que bien lo necesitábamos a esa hora de la mañana) comenzamos a mirarnos unos a otros con complicidad, quizá para comprobar que la reacción de los demás había sido la misma que la nuestra, o tal vez para compartir algo que nos había ocurrido.

El nuevo conductor arrancó, y debió de notar que el vehículo pesaba más que en otras ocasiones, porque esta vez, iba cargado de sonrisas.

Haciendo homenaje al autobusero: “Señores, este es el poder de la buena comunicación”.

Tampoco cuesta tanto comunicar bien, ¿no? O sí.

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