Escoge con mimo tus palabras

Escoge con mimo tus palabras

Cada  una de ellas provoca una emoción

 

Sara me llamó contrariada. Conoció a su pareja hace dos años, cuando él ya estaba embarcado en una aventura empresarial, un negocio online que no había logrado aún ser fructífero, y que reinventaba constantemente sin acierto -según la opinión de Sara-. Viendo la inestabilidad que esa situación provocaba al futuro de la pareja, ella intentó en varias ocasiones hacerle ver que no iba por el camino adecuado. Tenía que replantear su vida, reconocer su fracaso y buscar trabajo por cuenta ajena. Andrés, que se mantenía fijo en su convicción de “emprendedor superviviente”, despertó en Sara la rabia, y este mismo ataque de ira habló: ¡Es que no te das cuenta de que ese trabajo de mierda te está hundiendo en la miseria! Fue entonces cuando Andrés, sin decir nada, se marchó.

 

En muchas ocasiones y por muchos y varios motivos: el lenguaje familiar con el que hemos crecido y que utilizamos sin reflexionar sobre éste y de manera espontánea y natural; el vocabulario o expresiones que utilizan las personas de los ámbitos que nos rodean: amistoso, social, profesional…; o las situaciones inesperadas o extremas, nos llevan a expresarnos con palabras no muy efectivas o nada eficaces. A veces, y aunque tengamos la mejor intención del mundo, pronunciamos frases negativas y poco o nada constructivas. Ello causa que las personas que reciben nuestro mensaje lo hagan con pesar, o que no provoquemos la reacción más deseada por parte de nuestro interlocutor. Cada palabra provoca una emoción y con ésta, una respuesta asociada a esa emoción que hemos generado.

Comunicar bien es uno de los mayores actos de generosidad que debemos practicar todos los días. No es hablar sin pensar, es decir o hacer algo con ánimo de conseguir nuestro objetivo de comunicación pero pensando siempre en cómo va a influir en los demás para lograr dicho objetivo. Debemos detenernos en las palabras que seleccionamos para decir miles de cosas y con qué fin las decimos. Una vez han sonado, si han causado sensaciones negativas en la persona que las ha recibido, es muy difícil borrarlas de su memoria. Es muy difícil controlar el lenguaje, medirlo y ser perfectos escogiendo el léxico, pero qué importante es tenerlo en cuenta si no queremos que por lo que éste provoca, desencadene en respuestas inesperadas.

A pesar del enfado de Sara e independientemente de si tenía o no razón para estar así, sé que lo último que quería era finalizar su relación. Quizá si hubiera usado un lenguaje positivo y constructivo ese final hubiera cambiado. Pero su frase la traicionó. Aparte de que no consideró lo que ese proyecto significaba para Andrés (y aquí hay un tema emblemático en la comunicación que también deberíamos destacar, que es la empatía), catalogó a la ilusión y lucha de su acompañante como “sustancia desechable”;  pronunció el verbo “hundir”, que provoca en el cuerpo sensación de caída y vacío, dejando abatida a su pareja, hizo hincapié en la desgracia o pena (“miseria”) que esa situación le provocaría…

Este vocabulario utilizado, ¿qué emoción provocó en Andrés? ¿Creéis que éste sintió ganas o necesidad de  seguir compartiendo su vida con ella? ¿Contribuyó la forma de expresarse de Sara a reflexionar sobre la situación de los dos?

Esta vez os dejo pensando…

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